Escrito por: Adelaida Jaramillo
Érase una vez un pueblo tan pero tan angosto, que todos
sus habitantes tenían que dormir con tapones en los
oídos para no escuchar los
ronquidos de sus vecinos. En este pueblo tan estrecho, vivían un par de moradores
enemistados: el sapo Retaco y la culebra Zebra. Ambos habitaban en casas vecinas, separadas tan
sólo por una línea imaginaria, es decir, que no existía ningún muro de concreto,
ni un hilo rojo, ni una bandera, ni siquiera una línea trazada con tiza separándolas;
y es así como empieza la pelea, pues cada uno pensaba que su casa estaba más
para "acá", que para "allá".
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Un buen día el sapo Retaco comenzó a cavar un hoyo para hacer un estanque en el que pudiera chapotear, pero la culebra pensó que el hoyo estaba metido en su casa, y no quería a ese sapo echándole agua y mojándole sus plantas, así que con su larga cola, por la noche empujó el montón de tierra de vuelta al hoyo y lo tapó.
— Oye, Zebra, ¿tú sabes qué ha pasado aquí? —le preguntó el sapo con cara de pocos amigos, lo cual era cierto porque Retaco era muy enojón.
— Aquí, ¿dónde? —le respondió la culebra, —te refieres
a "en mi casssa", ssss.
— ¡Pero si el estanque estaba en MI casa! —contestó el
sapo con espuma en la boca.
— Te hasss atrevido a hacer un hoyo donde yo había sssembrado
tomatesss, ssss.
— ¿Y desde cuándo comes ensalada? —le gritó el sapo.
— Desssde que sssoy vegetariana —dijo la culebra
masticando una zanahoria.
— ¡Volveré a hacer el hoyo! — le amenazó el sapo.
— Y yo volveré a sssembrar tomatesss, sss — sentenció
la culebra con la lengua afuera.
— ¡Slam! (portazo).
— ¡Blam! (otro portazo).
¡De verdad que es muy fea la pelea!
Así transcurrían los días en el barrio, entre portazo
pequeño y portazo más grande. Pero como todo
era muy apretado, sus vecinos: el caracol Tornasol, la comadreja Lenteja,
el León Dormilón y el Cocodrilo Camilo, cansados de los portazos y de los
gritos, convocaron a una reunión.
— ¡Debemos acabar con esta tontería! —expresó el caracol molesto. —Con sus hoyos y sus huertos cavados con sus picos y sus palas ¡no podemos dormir ni de noche, ni de día!
— ¡Qué desconsiderados los vecinos! ¡Qué descorteses e
insoportables! —dijo la señora comadreja ventilándose con un abanico.
— Y además, ¡cuántos gritos debemos soportar! —rugió el
león, —yo me muero de sueño, no he dormido nada y estoy muy molesto.
— ¡Esto se debe acabar! —gritó el cocodrilo.
— ¡CIERTO! —corearon todos.
— Escuchen, tengo un plan —dijo Camilo. Esta noche construiremos
un muro entre las dos casas, tan alto que no puedan volver a verse las caras
nunca más en la vida. ¿Quiénes están de acuerdo?
— ¡Yooooo! —dijeron todos al mismo tiempo levantando las
patas.
— Sí, que el muro llegue hasta el cielo —expresó la
comadreja.
— ¡Eso!
Entonces, ¡patas a la obra! —ordenó el cocodrilo Camilo.
— ¿Cómo? ¿Ahora? Eeeh, mejor empecemos mañana y ahora
vamos a dormir un poquito, yo no he dormido nada y…
— ¡Nada de eso, León!
¡A trabajar! —gritó el caracol.
Y así fue como todos los vecinos de esta ciudad tan apretada, erigieron una pared tan alta que la ciudad pasaba a oscuras, puesto que el muro hacía sombra de 6 a 12 en la casa de Retaco, y de 12 a 6 en la casa de Zebra. Y eso no era lo peor. Ni el muro evitó las peleas entre ambos vecinos. Es más, le subieron el volumen a los gritos.
— ¡Estás loca, culebra! ¿Cómo has alzado esta pared? —chilló indignado el anfibio.
— ¡Te he dicho mil vecesss que yo no hice nada, no te
hagasss el tonto, que bien sabesss que has sido tú, sss! —gritó Zebra, la
culebra.
¡Ay, pero qué fea es la pelea!
Los vecinos siguieron gritando tan alto que no
escucharon cuando llegó la patrulla de la policía.
— ¡Ciudadanos, alto! ¡Están detenidos! —mandó la policía.
— ¿Detenidos?
Pero, ¿por qué?
— Por disturbios en la vía pública y por taparnos el
sol con su muro gigante —respondió el oficial.
— Pero si el muro está en su casa —señaló el sapo con su dedo anfibio y baboso.
— No, no, no, no, no. No lo essstá. Essstá en la tuya,
sss —reptó la culebra.
Mientras Retaco y Zebra seguían peleando, el policía se
cacheó el bolsillo y desplegó una cinta métrica.
— Ciudadanos, el muro está exactamente en la mitad, así que los dos son responsables y están detenidos.
Pero los gritos, la sirena y más gritos, alertaron a los vecinos de esta ciudad realmente reducida.
— ¿Qué pasa oficial? —preguntó el caracol.
— Sí, joven, ¿qué pasa? —dijo la señora comadreja.
— Que este par de habitantes van presos —respondió
el policía.
— ¿Presos? —corearon los vecinos.
— Si, presos.
— Pero, ¿por qué? —averiguó el cocodrilo.
— Por los disturbios y este detestable muro. Sin sol no
sabemos cuándo despertar y vivimos con sueño en la comisaría —respondió el
policía.
— A mí me parece bien que se los lleven y que nos dejen
dormir —dijo el león.
— A mí tampoco me molesta la idea de que los encierren
y no griten por un par de días —afirmó el caracol Tornasol.
— Es que no estarán encerrados sólo un par de días,
señor caracol —dijo el policía, —los implicados tienen que responder a dos
cargos.
— Pero si lo del muro lo hicimos…
— ¡SHHHH! —le gritaron en coro los vecinos a la señora
comadreja.
De repente se escuchó un martillazo y luego otro:
Retaco y Zebra estaban tumbando el muro. ¡Al fin se pusieron de acuerdo en algo!
— Oficial, nos desharemos del muro y no gritaremos más, si nos deja en libertad —prometió el sapo.
— La ley es la ley. Debo llevarlos a la comisaría —dijo
el policía —allí veremos en la grabación de las cámaras de la ciudad, de quién
fue la brillante idea de construir esta pared.
— ¡NOOOOO! —gritaron el caracol Tornasol, la comadreja
Lenteja, el León Dormilón y el Cocodrilo Camilo, imaginándose todos con
uniformes a rayas tras las rejas.
— Señor policía, nuestros vecinos ya están echando el
muro abajo y han prometido solemnemente no gritar más, ¿no es suficiente
muestra de buena voluntad? —dijo el cocodrilo, a quien por los nervios le
temblaba el ojo.
— Sí, joven —dijo la comadreja —déjelos en libertad,
que no volverán a molestar, ¿cierto?
— ¡Cierto! —respondieron Retaco y Zebra y todos sus vecinos.
Entonces el policía aceptó retirarse con la promesa
hecha por los habitantes de la ciudad estrecha.
Todos ayudaron a tumbar el muro, y como este dejó una gran huella entre
ambas casas, los vecinos no volvieron a discutir nunca más por su situación
limítrofe, aunque para no perder la costumbre, a veces se escucha
una que otra discusión cuando juegan sus equipos de fútbol, y a pesar de la aparente calma, todos los
habitantes de esta ciudad tan pero tan estrecha, siguen durmiendo con tapones en los oídos porque el sapo no ha dejado la terrible costumbre de roncar toda la madrugada.
qué bonito retaco, permítanme leérselo a mi sobrina.
ResponderEliminarGracias por tu comentario, Isabelle. Será un honor y un placer que se lo leas.
Eliminar¡Me encanta, me encanta!
ResponderEliminarMuchas gracias, María Fernanda. Qué bueno que te gustó.
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