Adquirir desde jóvenes tales o cuales hábitos no tiene poca importancia: tiene una importancia absoluta. - Aristóteles

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viernes, 7 de marzo de 2014

Cuento: Qué fea es la pelea

¡QUÉ FEA ES LA PELEA!
Escrito por: Adelaida Jaramillo

Érase una vez un pueblo tan pero tan angosto, que todos sus habitantes tenían que dormir con tapones en los
Tomada de: http://thumbs.dreamstime.com
oídos para no escuchar los ronquidos de sus vecinos. En este pueblo tan estrecho, vivían un par de moradores enemistados: el sapo Retaco y la culebra Zebra.  
Ambos habitaban en casas vecinas, separadas tan sólo por una línea imaginaria, es decir, que no existía ningún muro de concreto, ni un hilo rojo, ni una bandera, ni siquiera una línea trazada con tiza separándolas; y es así como empieza la pelea, pues cada uno pensaba que su casa estaba más para "acá", que para "allá".

Un buen día el sapo Retaco comenzó a cavar un hoyo para hacer un estanque en el que pudiera chapotear, pero la culebra pensó que el hoyo estaba metido en su casa, y no quería a ese sapo echándole agua y mojándole sus plantas, así que con su larga cola, por la noche empujó el montón de tierra de vuelta al hoyo y lo tapó.

— Oye, Zebra, ¿tú sabes qué ha pasado aquí? —le preguntó el sapo con cara de pocos amigos, lo cual era cierto porque Retaco era muy enojón.
— Aquí, ¿dónde? —le respondió la culebra, —te refieres a "en mi casssa", ssss.
— ¡Pero si el estanque estaba en MI casa! —contestó el sapo con espuma en la boca.
— Te hasss atrevido a hacer un hoyo donde yo había sssembrado tomatesss, ssss.
— ¿Y desde cuándo comes ensalada? —le gritó el sapo.
— Desssde que sssoy vegetariana —dijo la culebra masticando una zanahoria.
— ¡Volveré a hacer el hoyo! — le amenazó el sapo.
— Y yo volveré a sssembrar tomatesss, sss — sentenció la culebra con la lengua afuera.
— ¡Slam! (portazo).
— ¡Blam! (otro portazo).

¡De verdad que es muy fea la pelea! 

Así transcurrían los días en el barrio, entre portazo pequeño y portazo más grande.  Pero como todo era muy apretado, sus vecinos: el caracol Tornasol, la comadreja Lenteja, el León Dormilón y el Cocodrilo Camilo, cansados de los portazos y de los gritos, convocaron a una reunión.

— ¡Debemos acabar con esta tontería! —expresó el caracol molesto. —Con sus hoyos y sus huertos cavados con sus picos y sus palas ¡no podemos dormir ni de noche, ni de día!
— ¡Qué desconsiderados los vecinos! ¡Qué descorteses e insoportables! —dijo la señora comadreja ventilándose con un abanico.
— Y además, ¡cuántos gritos debemos soportar! —rugió el león, —yo me muero de sueño, no he dormido nada y estoy muy molesto.
— ¡Esto se debe acabar! —gritó el cocodrilo.
— ¡CIERTO! —corearon todos.
— Escuchen, tengo un plan —dijo Camilo.  Esta noche construiremos un muro entre las dos casas, tan alto que no puedan volver a verse las caras nunca más en la vida. ¿Quiénes están de acuerdo?
— ¡Yooooo! —dijeron todos al mismo tiempo levantando las patas.
— Sí, que el muro llegue hasta el cielo —expresó la comadreja.
— ¡Eso!  Entonces, ¡patas a la obra! —ordenó el cocodrilo Camilo.
— ¿Cómo? ¿Ahora? Eeeh, mejor empecemos mañana y ahora vamos a dormir un poquito, yo no he dormido nada y…
— ¡Nada de eso, León!  ¡A trabajar! —gritó el caracol.

Y así fue como todos los vecinos de esta ciudad tan apretada, erigieron una pared tan alta que la ciudad pasaba a oscuras, puesto que el muro hacía sombra de 6 a 12 en la casa de Retaco, y de 12 a 6 en la casa de Zebra.  Y eso no era lo peor.  Ni el muro evitó las peleas entre ambos vecinos.  Es más, le subieron el volumen a los gritos.

— ¡Estás loca, culebra! ¿Cómo has alzado esta pared? —chilló indignado el anfibio.
— ¡Te he dicho mil vecesss que yo no hice nada, no te hagasss el tonto, que bien sabesss que has sido tú, sss! —gritó Zebra, la culebra.

¡Ay, pero qué fea es la pelea!

Los vecinos siguieron gritando tan alto que no escucharon cuando llegó la patrulla de la policía.

— ¡Ciudadanos, alto! ¡Están detenidos! —mandó la policía.
— ¿Detenidos?  Pero, ¿por qué?
— Por disturbios en la vía pública y por taparnos el sol con su muro gigante —respondió el oficial.
— Pero si el muro está en su casa —señaló el sapo con su dedo anfibio y baboso.
— No, no, no, no, no. No lo essstá. Essstá en la tuya, sss —reptó la culebra.

Mientras Retaco y Zebra seguían peleando, el policía se cacheó el bolsillo y desplegó una cinta métrica.

— Ciudadanos, el muro está exactamente en la mitad, así que los dos son responsables y están detenidos.

Pero los gritos, la sirena y más gritos, alertaron a los vecinos de esta ciudad realmente reducida.

— ¿Qué pasa oficial? —preguntó el caracol.
— Sí, joven, ¿qué pasa? —dijo la señora comadreja.
— Que este par de habitantes van presos —respondió el policía.
— ¿Presos? —corearon los vecinos.
— Si, presos.
— Pero, ¿por qué? —averiguó el cocodrilo.
— Por los disturbios y este detestable muro. Sin sol no sabemos cuándo despertar y vivimos con sueño en la comisaría —respondió el policía.
— A mí me parece bien que se los lleven y que nos dejen dormir —dijo el león.
— A mí tampoco me molesta la idea de que los encierren y no griten por un par de días —afirmó el caracol Tornasol.
— Es que no estarán encerrados sólo un par de días, señor caracol —dijo el policía, —los implicados tienen que responder a dos cargos.
— Pero si lo del muro lo hicimos…
— ¡SHHHH! —le gritaron en coro los vecinos a la señora comadreja.

De repente se escuchó un martillazo y luego otro: Retaco y Zebra estaban tumbando el muro. ¡Al fin se pusieron de acuerdo en algo!

— Oficial, nos desharemos del muro y no gritaremos más, si nos deja en libertad —prometió el sapo.
— La ley es la ley. Debo llevarlos a la comisaría —dijo el policía —allí veremos en la grabación de las cámaras de la ciudad, de quién fue la brillante idea de construir esta pared.
— ¡NOOOOO! —gritaron el caracol Tornasol, la comadreja Lenteja, el León Dormilón y el Cocodrilo Camilo, imaginándose todos con uniformes a rayas tras las rejas.
— Señor policía, nuestros vecinos ya están echando el muro abajo y han prometido solemnemente no gritar más, ¿no es suficiente muestra de buena voluntad? —dijo el cocodrilo, a quien por los nervios le temblaba el ojo.
— Sí, joven —dijo la comadreja —déjelos en libertad, que no volverán a molestar, ¿cierto?
— ¡Cierto! —respondieron Retaco y Zebra y todos sus vecinos.

Entonces el policía aceptó retirarse con la promesa hecha por los habitantes de la ciudad estrecha.  Todos ayudaron a tumbar el muro, y como este dejó una gran huella entre ambas casas, los vecinos no volvieron a discutir nunca más por su situación limítrofe, aunque para no perder la costumbre, a veces se escucha una que otra discusión cuando juegan sus equipos de fútbol, y a pesar de la aparente calma, todos los habitantes de esta ciudad tan pero tan estrecha, siguen durmiendo con tapones en los oídos porque el sapo no ha dejado la terrible costumbre de roncar toda la madrugada.

martes, 8 de enero de 2013

Ascensor a las estrellas


Escrito por: Adelaida Jaramillo

Mi nombre es Pedro, mi mamá me dice Pedrito pero yo ya mismo cumplo siete años, así que ya soy bastante grande como para que me siga llamando "mi bebito", "mijito", "negrito" o cualquier cosa que termine en ito.  A mi hermana Sandrita, que sólo tiene 2 años, sí le podemos decir así porque es chiquitita, y aunque quisiera no podría reclamar nada porque aún no habla bien y no se  entiende lo que dice.  

Sandrita todavía no va a la escuela y no se entera de muchas cosas, como por ejemplo, que a ella le deberían gustar las muñecas que le regala mi mamá, pero yo la hago jugar con mis carritos y a ella le encanta, los prefiere a esas horrorosas peponas que dan susto, no sé cómo puede dormir con todos esos pares de ojos abiertos mirándola por la noche.

Lo mejor de la noche, aparte de dormir es ver las estrellas, los cometas y la luna.  Mamá sabe mucho de eso, me señala los planetas y las constelaciones con el telescopio que nos regaló el abuelo.  A Sandrita también le gustan las estrellas, pero pintarlas en las paredes y a mi mamá no le hace mucha gracia tener que limpiarlas.

— Mamá, ¿podemos ver las estrellas?
— Claro Pedrito –le respondió -señálame por favor el planeta Marte.
— Es ese punto rojo que brilla allá arriba.
— Muy bien –aplaudió su mamá -Sabes, mañana la luna se va a esconder.
— ¿De quién?
— De nadie, Pedrito. La tierra se va a interponer entre ella y el sol, tapándola.
— ¿Con una sábana?
— No, Pedrito.  Mañana mientras desaparece, te explico qué es un eclipse.
Guau, guau, guau –ladró el perro.
— Mamá, ¿tú crees que Cactus sepa qué es un eclipse?
— Todo es posible, mijito.

Mamá tiene razón.  Aunque me gusta mucho jugar con mi hermanita, en realidad disfruto más cuando juego con mi perro Cactus.  Mi papá lo encontró en la calle perdido, así que vino a vivir aquí con nosotros antes que Sandrita. Cuando llegó parecía un chihuahua, luego se estiró y parecía un perro salchicha, pero luego siguió creciendo a lo largo y a lo ancho, y ahora ya no sabemos qué es, sólo que es perro porque ladra, aunque aquí entre nos, a veces parece que hablara. Cuando sea astronauta y vaya al cielo, Cactus vendrá conmigo en mi nave espacial.  

— Chusss, chusss, aquí el capitán Pedro al planeta Tierra, chuss, Cactus, chuss, chuss, ¿me copias?
— Guau, guau.
— Chuss, chuss, a la derecha se puede ver un agujero negro, chuss, chuss, ¿lo ves, Cactus?  
— Guau, guau.
— Listo para aterrizar, Cactus, chuss, chuss.
— Guau, guau. 

¡Oh! ¡No puedo esperar a subirme en esa nave, Cactus será un gran compañero de viaje!  Le traeré rocas lunares a Sandrita para que las pinte con sus marcadores y si entra en la nave: le traeré una estrella a mi mamá.  ¿Qué cosas encontraré allá arriba?  Ojalá encuentre a mi papá que se fue al cielo y se convirtió en una estrella, ésa es la que quiero traerle a mi mamá.

Estoy seguro que regresaré cargado de regalos, como el abuelo Pedro, que  siempre tiene algo para nosotros.  A mí me encanta ir a su casa los sábados para almorzar.  Allá todo es antiguo y misterioso como él.  Hay habitaciones dentro de las habitaciones, pero yo no entro a esas porque me da miedo.  El otro día escuché un ruido, podría haber sido un ratón, como también podría haber sido un fantasma.  Y con ninguno de los dos quiero encontrarme a solas.

En el dormitorio del abue hay fotos en blanco y negro, juguetes de lata, libros y una bandera pirata.  Después del almuerzo, el abuelo siempre nos cuenta grandiosas historias a Sandrita, a Cactus y a mí. 

— ¿Tú si entiendes lo que dice el abuelo, Cactus?
— Guau, guau

Al final del pasillo hay un cuarto que sea de día o sea de noche, siempre está oscuro.  Hoy yo traje una linterna y esperaré a que todos se duerman para ver qué hay allá adentro.  A lo mejor y está Pinocho y tengo que rescatarlo.

— Cactus, esta noche viviré una aventura como las del abuelo, ¿vienes conmigo?
— Guau, guau, guau.
— Tu misión es confirmar que todos están dormidos.
— Guau, guau, guau.

¡Vaya! ¡Qué oscuro está aquí dentro!  Mi linterna casi no alumbra nada.  Avanzaré, que hasta ahora no pasa nada, sólo hay un escritorio, libros, una bola del mundo, una escalera, unos mapas, ¡Ay!  ¡Qué golpe más feo!  ¿Qué es esto?  ¿Una caja?  ¡Una caja gigante cubierta de números!  ¿Qué pasará si aplasto el 7?

— TOOOC, TOOOC, TOOC, TOOC, TOC TOC, TC TC

— ¡Oh! ¡La caja está moviéndose para arriba!  ¡ESTOY EN LAS NUBES! 
— Guau, guau.
— ¡Ay!  ¡Qué susto, Cactus!  ¿Cómo has llegado aquí? 
— Guau. 
— Ahora sí que le podremos llevar una estrella a mamá.
— Guau, guau, guau.

¡Estar en el cielo es genial!  Puedo saltar desde una estrella a la otra sin caerme, recostarme en el pedacito de la luna iluminado o patinar en la cola de los cometas.  ¡Cuántos niños hay aquí arriba jugando!  

— ¡Mira Cactus, esos niños verdes con ojos grandotes!
— ¡Guau!  
— Ven, vamos a pararnos en la luna para que mamá nos vea.  ¡Mamá!  ¡Hey, mamá!  ¡Estamos acá arriba!  Cactus, ¿tú crees que mamá nos pueda ver?
— Guau, guau.
— Mira, yo creo que mamá está mirando otra vez a la estrella de papá.  Esa es la estrella que debemos llevar a casa, sino no vale la pena regresar.  ¿Me prometes que la encontraremos?
— Guau, guau.
— ¿Qué pasó? Se fue la luz… ¡es el eclipse Cactus!  Cactus, ¡Cactus!  ¿En dónde estás?
— Tranquilo, hijo, está aquí conmigo.
— Guau, guau, guau, guau.
— ¡Papá!
— Es hora de que te embarques en el ascensor en el que has venido, Pedro –le dijo su padre –o no podrás regresar nunca más a la Tierra.
— ¿Qué pasa si me quiero quedar aquí contigo?
— Tu mamá se pondrá muy triste y te extrañará.
— Como yo a ti.
— Sí, pero ahora te irás feliz y podrás visitarme las veces que quieras.  ¿De acuerdo?
— ¡Estoy de acuerdo!  ¿Oye, Cactus, estás de acuerdo?
— Grra, grra.
— ¿Cactus, qué tienes en la boca?
— Unas rocas lunares –le dijo su padre sonreído.
— ¡Fantástico!  ¿Y a mamá, qué le llevo?
— ¡Embárcate, Pedro! –le contestó su padre –a tu mamá, llévale un beso de mi parte.

— TOOOC, TOOOC, TOOC, TOOC, TOC TOC, TC TC

— Pedrito… ¡Pedrito, despierta! –le dijo su madre –¡estás golpeando la cama!
— ¡Muuuuuac!
— ¿Mijito, y ese beso tan cariñoso?
— Esta noche cuando veamos las estrellas te cuento, mamá.